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Las memorias de Nashla (Continuación 4)

  • Foto del escritor: Cesia García
    Cesia García
  • 3 mar 2021
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 22 ene 2022

8 de octubre de 1971


Después de estar buscando por un tiempo, por fin encontré un lugar donde poder descansar, una compañera de la escuela me dijo que podía quedarme en su apartamento, allí sólo vivía ella y su hermana. Tenían espacio suficiente para alguien más, así que me fui con ellas.

Solo me quedaría aquí el tiempo necesario mientras se arreglaban las cosas del testamento y se sabía qué iba a pasar con la casa de la señora Elizabeth.


Los días empezaron a ser cada vez más difíciles, había perdido a una gran compañera, murió una de mis mejores amigas; podía sentir cómo la depresión y la tristeza se apoderaban poco a poco de mi cuerpo.

Sam, quien ahora era mi nueva compañera de cuarto; cambió mucho mi vida, siempre me ayudó y apoyó; supe quererla, no tanto como hubiera deseado, pero a veces las cosas son mejores así.

Siempre me dijo que necesitaba salir, escapar de mis preocupaciones y tratar de olvidarlas por un momento.


Decidí salir con ella a unas de sus escapadas para ver si podía lograr evadir por un momento mi realidad, sabía que no iba a tener éxito, así que llevé mi libro. Al llegar a nuestro destino, Sam no dudó en presentarme a sus amigos, aunque pudo notar en mi cara un poco de incomodidad, la verdad no quería saber de nadie, sólo quería escapar de la realidad, de mi realidad y poder entrar en ese mundo que Wilde pintaba para mí, un mundo perfecto.


No pude entablar la conversación con ninguno de los amigos de Sam, a mi parecer eran personas muy superficiales y era lo que menos buscaba en ese momento; me sumergí una vez más en mi libro e ignoré lo que sucedía a mi alrededor.


Después de aquel día Sam siempre volvía a lo mismo: me repetía una y otra vez que tenía que salir, ir a un baile, al teatro, salir con alguien y olvidarme un rato de todos mis problemas y amar, amar verdaderamente a alguien de una manera loca y apasionada.


Después de tanta insistencia decidí intentarlo, iba a salir sola, ya que “con alguien” no funcionaría, no quería amar a alguien, no quería que alguien ocupara un lugar en mi corazón y después me abandonara como me había pasado hasta ese entonces.


Al siguiente día, aún lo recuerdo muy bien (la verdad me gusta mucho volver a vivir ese día); decidí salir. Me levanté más temprano de lo habitual, tomé un baño con agua muy caliente, me arreglé, tomé mi chamarra, mi paraguas, y mi libro. Salí de aquel edificio y me dirigí a la cafetería que solía concurrir con la señora Elizabeth, hacía mucho tiempo que no la había visitado; entré y me dirigí a la barra para ordenar lo de siempre:


-Hola, Nashla, ¡qué bueno es verte por aquí! -Me dijo Bella, quien se encontraba detrás de aquel mostrador de cristal.


Era una mujer hermosa, con ojos azules como el mar en un atardecer; su sonrisa era demasiado grande y sus dientes estaban perfectamente alineados, sus cabellos era rojo como el fuego. Me alegraba volverla a ver.


-¡Ay, Bella!, han pasado tantas cosas…, pero desde ahora mis visitas a este lugar serán más constantes, lo prometo. –Contesté con una sonrisa fingida.


-Eso espero, ya hacías falta por aquí, no ha sido lo mismo sin ustedes. Por cierto, siento mucho lo de la señora Elizabeth -me dijo Bella al mismo tiempo que su rostro cambiaba su expresión.

Solía venir a este lugar a desayunar con la Señora Elizabeth, a ella le encantaban los panqueques que preparaban aquí y era lo que siempre pedía.


-Sí, ya extrañaba tanto este lugar. Voy a querer un americano bien cargado, por favor.- Decidí ignorar lo último, mientras otra sonrisa fingida se apoderaba de mí.

-Por supuesto, en un momento lo llevo a tu mesa.

-Gracias, Bella. -contesté mientras me dirigía a mi mesa.


Abrí mi libro en la página donde había dejado mi lectura: “Mi querido amigo, olvidas que estamos en la tierra natal de los hipócritas”, sí, aquí me quedé, el Retrato de Dorian Gray, uno de mis libros favoritos, amaba a ese hombre, ese hombre que seducía a todo el mundo, aquel que causaba tanto placer con tan sólo verlo.

“…se han precipitado en el abismo. Tú los condujiste a él…”, de pronto, escuché que alguien más había entrado a la cafetería, la campanilla de la puerta sonó y mi instinto hizo que volteara a ver a aquel personaje que acababa de entrar.

Su presencia era diferente, creo que por eso volteé, era una presencia exquisita, tal vez Dorian realmente existía, pensé. Jajaja, por un momento pude olvidar mi realidad y reírme un poco, una verdadera risa.


Pero no lo pude evitar, tuve contacto visual con aquel hombre, la primera vez que vi esos hermosos ojos cafés, él me vio y sólo continuó su camino; pidió un americano y se sentó en la mesa que se encontraba frente a la mía, esperaba su bebida. Traté de volver al mundo que Wilde pintaba para mí, pero no pude, mis ojos no podían dejar de ver a aquel hombre y mis sentidos se estremecían con tan solo verlo, al sentir su presencia, es que había algo en él que me gustaba tanto, no era como los demás, algo en él hizo que mi historia cambiara y sólo él lo pudo lograr.


Esa fue la primera vez que lo vi y desde entonces esa cafetería era uno de los lugares que más visitaba y sólo para poder verlo, para causarle un poco de placer a mi alma, no importaba que no hablara con él, sólo necesitaba mirarle.


Siempre que iba a aquel lugar él estaba ahí, en la misma mesa y sus manos siempre sostenían lo mismo, su compañía comenzaba a ser grata para mí… ¿cómo es que antes no lo pude ver?, bien dicen que todo llega en el momento indicado; caminé hacia donde se encontraba Bella, quería ver si podía averiguar un poco más de aquel personaje.


-¿Él siempre está aquí? –Le pregunté y Bella sólo esbozó una sonrisa traviesa.


-Sí, bueno, antes no venía diario, pero ahora lo veo todos los días en la misma mesa, es igual que tú, tal vez eres tú en el sexo opuesto. –Contestó con una pequeña risa.


-No sé, tiene algo que… bueno, me das un americano, por favor.


Me senté en la mesa de siempre y pude sentir que una mirada estaba posada en mí, pero nunca pude descubrir quién era el dueño de ésta. Salí de la cafetería, ya se me hacía un poco tarde para llegar a mi clase de piano. Mañana sería otro día diferente a lo demás, ya que no sólo lo vería sino que hablaría con él, después de dos semanas observándolo tenía que hacerlo.


Al día siguiente me levanté un poco tarde, el despertador no sonó, lo más seguro era que ya no se encontraría en nuestro lugar, decidí llamarlo así, nuestro lugar aunque él no sabía nada de mí aún.


Tomé mi abrigo, enrollé mi bufanda en mi frío cuello, cogí mi libro, salí y me dirigí a la cafetería. Llegué, pedí una taza de café y… no lo vi por ninguna parte, se fue y no lo vi. Mi corazón estallaba de tristeza y coraje por no haberle hablado un día antes, ahora tal vez ya no lo vería.

Me dirigí hacia donde se encontraba Bella y decidí preguntarle por aquel personaje misterioso.


-Hola, Bella. ¿Ya se fue? -Le pregunté, sólo quería saber un poco más.


-¿Quién?, ahhhh…, no, hoy no ha venido.- Contestó, pudo observar que la expresión en mi rostro había cambiado, después agregó un poco más de información- Pero he visto que...





Nota: La historia de Nashla continúa.

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