Las memorias de Nashla (Continuación 3)
- Cesia García
- 20 ene 2021
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 22 ene 2022
5 de octubre de 1971
El sueño llegó a mí después de tantos meses, por fin he podido dormir un poco y las pesadillas no han sido la causa de mi despertar, fueron las letras, los recuerdos, mis memorias; el querer seguir escribiendo para ti.
¿Cómo comenzó mi vida aquí en esta ciudad, en esta casa, en estas cuatro paredes? Hace dos años conocí a una señora: era hermosa, tenía unos encantadores ojos azules como el cielo de una tarde de febrero; eran grandes y redondos, sus cabellos plateados siempre estaba adornados con una pequeña flor, su cara arrugada por el cansancio, pero nunca perdía esa elegancia y ternura: la señora Elizabeth, quien ocupó un gran lugar en mi corazón.
Recuerdo que el día que la conocí estaba usando un vestido tapizado de flores y un bastón acompañaba cada uno de sus pequeños pasos, se veía simplemente hermosa. La señora Elizabeth me vio y escuchó que estaba preguntado por un lugar que pudiera rentar algunos meses mientras estudiaba; se acercó a mí y con su tierna y cansada voz me dijo que tenía un lugar perfecto para mí, era un cuarto que perteneció a su difunta hija, (en realidad había desaparecido sin dejar rastro, nadie supo si realmente murió, su cuerpo nunca fue encontrado); solo me pidió que a cambio cuidara de ella, ya que no podía hacer muchas cosas y ésa sería la paga por un techo y una cama, lo demás estaba bajo mi responsabilidad.
La verdad, al principio fue algo terrorífico y triste, en ese entonces ignoraba que este lugar me traería demasiada felicidad en algún momento; estaba muy necesitada en ese entonces así que accedí y seguí esos pequeños pasos de la señora Elizabeth, pasos que tambaleaban a causa del cansancio. Fue así cómo llegué a este lugar que algún día fue parte de mí, fue mi felicidad entera, y que ahora se ha convertido en mi prisión, en mi pequeño manicomio; es horrible estar aquí atrapada, mi única salida son los recuerdos, cuando escribo para ti, son recuerdos que me ayudan a seguir un poco más.
Es irónico que este lugar que algún día me causó tanta felicidad ahora me cause tanto miedo, que me cause repulsión, ya no es como antes, ahora el estar aquí me aterra estar, me enferma y mucho más los espejos.
7 de octubre de 1971
Una mañana me encontraba tomando té con la señora Elizabeth, me contó que su hija había estado muy rara antes de su muerte, fue como si ya no estuviera allí con ella, como si su cuerpo estuviera ahí y su alma en otro mundo, ya no ponía atención en sus clases de piano, algo que siempre amó; y un nombre era pronunciado constantemente por ella. Terminó el último sorbo de su taza y fue a tomar su siesta.
Recuerdo que en una fría noche nos encontrábamos sentadas frente al fuego, mientras ambas leíamos un poco y el calor recorría nuestros cuerpos; comencé a hablar con ella:
-Recuerdo que muchas de sus hojas de trabajo estaban llenas con ese nombre tan particular, y parecía que en su mente estaba día y noche. -Me dijo la señora Elizabeth.
-Y ¿recuerda qué nombre era?, ¿pertenecía a un hombre o a una mujer? –Le pregunté.
-La verdad solo recuerdo que el nombre era de mujer, era extraño y difícil de pronunciar, es lo único; disculpa, tengo que ir a descansar. –Se retiró y se dirigió a su recámara.
Me quedé sentada viendo el color de las flamas que emergían de aquella fogata y solo podía pensar en el final de la historia de su hija, de quien nunca me dijo su nombre.
Siempre lucía hermosa, siempre pulcra, la veías con una gran sonrisa en su rostro, no importaba las luchas que tuviera dentro, y yo, yo comenzaba a quererla, a hacerla parte de mi familia, parte de mí.
Ella me enseñó cada uno de los secretos de esta casa, la historia de todas las generaciones que habían habitado este hermoso lugar me la narró mientras el fuego calentaba nuestros fríos cuerpos; también me enseñó a cocinar, a bailar, a tocar el piano y a, siempre, darme otra oportunidad. Poco a poco se convirtió en mi nueva madre; encontré en ella el amor que perdí y estaba buscando a gritos; y sucedió lo mismo con ella: el amor era recíproco.
La señora Elizabeth estaba mal de su corazón, había tenido una operación a corazón abierto y fue un milagro que sobreviviera. Aún podía vivir muchos años más con los cuidados necesarios y llevando una vida tranquila, eso fue lo que le dijo el doctor.
Su salud comenzó a empeorar con el paso de los días, sus visitas a los hospitales comenzaron a ser más constantes; no quería perder a otra persona que amaba, no quería que me dejara sola, no podía permitirme perder a alguien más.
Pero el final siempre nos llega y la señora Elizabeth no era la excepción. Un infarto se apoderó de su pequeño y débil corazón, los doctores no se explicaron por qué o cómo sucedió esto, la única opción fue que antes de morir tuvo que haber visto algo que la asustara demasiado, lo cual causó una elevación en el número de sus pálpitos, ya que su salud iba mejorando, nadie pudo entender realmente qué fue lo que pasó.
El día de rendirle tributo llegó, muchas personas llegaban al funeral, pero lo único que buscaban era saber quién se había quedado con toda la fortuna de la señora Elizabeth, no les importaba ni les importó su vida. Nadie tuvo éxito en saber cuáles fueron sus últimos deseos, ni quién poseería ahora está gran fortuna. Por esta razón me desalojaron de la casa que fue mi hogar por un poco más de dos años, así que tuve que volver a mi búsqueda de un lugar donde poder dormir.
8 de octubre de 1971
Después de estar buscando, por fin encontré un lugar donde poder descansar, una compañera de la escuela me dijo que podía quedarme en su apartamento, allí sólo vivía ella y su hermana: tenían espacio suficiente para alguien más, así que me fui con ellas.
Solo me quedaría aquí el tiempo necesario mientras se arreglaban las cosas del testamento y se sabía qué iba a pasar con la casa de la señora Elizabeth.
Los días empezaron a ser cada vez más difíciles, había perdido a una gran compañera, murió una de mis mejores amigos, podía sentir cómo la depresión y la tristeza se apoderaban poco a poco de mi cuerpo después de que habían desaparecido por un largo tiempo. Sam, quien ahora era mi nueva compañera de cuarto; cambió mucho mi vida, siempre me ayudó y apoyó; supe quererla, no tanto como hubiera deseado, pero a veces las cosas son mejores así...
Nota: La historia de Nashla continúa.
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